La puta gallina turuleca.
Continuación de SAW Canarión.
Puedo decir, orgullosa, que no soy una persona miedica.
No me da miedo quedarme a oscuras en un sótano, no me dan miedo los ratones, ni siquiera las ratas. Me gusta coger arañas, no mato a ningún bicho, y siempre he querido tener una serpiente de mascota; o una viuda negra.
Paso de pelis de terror porque no me emocionan, y no creo en fantasmas ni en tíos que guardan carne congelada a cachitos en el frigorífico de la misma casa en la que tienen metida a una niña que acababa de cumplir 18 años.
Sola.
Ésa era yo aquella noche.
En cuanto entré en el cuarto para dormir, puse la maleta de 20 kg facturada en el avión, pegada a la puerta. Era únicamente por si acaso a ese hombre le daba por atacarme y así yo tenía tiempo de reacción suficiente para sacar la navaja que un día antes me había regalado mi madre. Esa misma con la que dormí debajo de la almohada durante el tiempo que viví en 'la base'.
A las 6 de la tarde encendí el ordenador a ver si podía ver una película, por supuesto sin wifi ni internet porque aún no había en la casa. Una hora después intenté enchufar el ordenador y resultó que los enchufes eran tan antiguos que las clavijas no encajaban: ni ordenador ni teléfono móvil en la casa del terror.
Se oían los pasos de este hombre caminando encima de mi cuarto. La puerta distaba 10 cm del suelo adoquinado de la calle por la que entraban las hojas del jardín a la habitación por lo que decidí prudentemente no apagar la luz por si por la noche entraban los famosos dragones de las islas canarias y yo no veía cómo ahuyentarlos. Creo que es la única vez en mi vida que he dormido con la luz encendida.
A las 9.34 de la noche, sonó un gallo. Sí, un gallo. No sé de dónde narices había salido pero sonó y yo solo esperé durante unos segundos que no se repitiera. Minuto y medio después, ahí estaba.
El sonido era tan estridente que aún habiendo pasado 10 años, aún sigue en mi mente.
Durante casi 12 horas, ese gallo sonó cada minuto y medio.
Puede que no sea la tía con la mente más fuerte ni las ideas más claras, pero no estoy desequilibrada. Pues bien, ese día casi pierdo la cabeza.
A las 5 de la mañana, habiendo cedido un poco el caminar de el hombre que guardaba carne en el congelador, tumbada agotada en la cama de la niña del exorcista con la navaja regalo de mi madre debajo de la almohada, inhalando el polvillo blanco de las paredes de cal y el polvo de los dos colchones de gomaespuma, observando los montones de clavos metidos en tarros de mermelada que me rodeaban, sin ordenador, sin música y escuchando ese maltrato psicológico que me estaba haciendo el gallo desde hacía horas...
decidí levantarme.
Me acerqué a la puerta, aparté la maleta, abrí la puerta con la llave forjada de cerradura de pueblo y miré en medio de la noche hacia el jardín seco y gris que había en frente.
Era vegetariana desde hacía 6 años, con un amor a los animales y bichos que pocos pueden entender.
Pero esa noche, no aguantaba más; llevaba la navaja en la mano y estaba completamente dispuesta a degollar
AL PUTO GALLO.
El cerebro humano es muy débil.
Puedo decir que caemos en vicios y en oscuridades por cosas tan sencillas como un chillido cada poco tiempo, pero también por lo que olemos, lo que pisamos, lo que percibimos, y la soledad que sentimos. Nunca es solo una cosa el detonante.
Ese día me dije a mí misma:
-Vas a tomar una de las decisiones más importantes de tu vida, Main. Si haces esto, no habrá vuelta atrás. Si sales ahí y degollas ese gallo, algo de tu bondad te llevarás con ello.
Respiré alto y profundo. Cerré la puerta conmigo detrás y esperé a que amaneciera.
Cuando despertó este hombre y me preguntó que tal había dormido yo dije que mal (entre sonrisitas asesinas) diciendo que me daban alergia las paredes, no paraba de toser y encima había un gallo de algún vecino que no había callado en toda la noche.
Él solo me dijo: Ah sí, los animales son míos. Me gusta mucho escuchar la naturaleza por la noche.
-y aquí decidí que me largaba.
Agarré mis cosas, le dejé 10 euros por la estancia (era pobre) encima de la mesa y me largué.
Todo son hechos reales, por Main Stanich.
P.D. y final:
¿Que me largaba? ¿A dónde? Llamé a mi madre desde una cabina.
-¿Seguro que no puedes quedarte unos días más mientras encuentras casa?.
-No, prefiero dormir en la calle.
-Pues nada hija, duerme en la calle.
Esa noche dormí en el banco del patio trasero de una iglesia, junto a otro indigente que me daba bastante menos miedo que el capitán pescanova.
Al día siguiente, mi padre se enteró por mi madre de esto (yo no quería) y me mandó a un hotel lleno de chinos desde el que le conté toda esta historia a mi hermano.
Tres años después, volviendo de fiesta a las 6 de la mañana, volví a ver a este hombre en el autobús, vestido con chubasquero negro y la capucha puesta.
Puedo decir, orgullosa, que no soy una persona miedica.
No me da miedo quedarme a oscuras en un sótano, no me dan miedo los ratones, ni siquiera las ratas. Me gusta coger arañas, no mato a ningún bicho, y siempre he querido tener una serpiente de mascota; o una viuda negra.
Paso de pelis de terror porque no me emocionan, y no creo en fantasmas ni en tíos que guardan carne congelada a cachitos en el frigorífico de la misma casa en la que tienen metida a una niña que acababa de cumplir 18 años.
Sola.
Ésa era yo aquella noche.
En cuanto entré en el cuarto para dormir, puse la maleta de 20 kg facturada en el avión, pegada a la puerta. Era únicamente por si acaso a ese hombre le daba por atacarme y así yo tenía tiempo de reacción suficiente para sacar la navaja que un día antes me había regalado mi madre. Esa misma con la que dormí debajo de la almohada durante el tiempo que viví en 'la base'.
A las 6 de la tarde encendí el ordenador a ver si podía ver una película, por supuesto sin wifi ni internet porque aún no había en la casa. Una hora después intenté enchufar el ordenador y resultó que los enchufes eran tan antiguos que las clavijas no encajaban: ni ordenador ni teléfono móvil en la casa del terror.
Se oían los pasos de este hombre caminando encima de mi cuarto. La puerta distaba 10 cm del suelo adoquinado de la calle por la que entraban las hojas del jardín a la habitación por lo que decidí prudentemente no apagar la luz por si por la noche entraban los famosos dragones de las islas canarias y yo no veía cómo ahuyentarlos. Creo que es la única vez en mi vida que he dormido con la luz encendida.
A las 9.34 de la noche, sonó un gallo. Sí, un gallo. No sé de dónde narices había salido pero sonó y yo solo esperé durante unos segundos que no se repitiera. Minuto y medio después, ahí estaba.
El sonido era tan estridente que aún habiendo pasado 10 años, aún sigue en mi mente.
Durante casi 12 horas, ese gallo sonó cada minuto y medio.
Puede que no sea la tía con la mente más fuerte ni las ideas más claras, pero no estoy desequilibrada. Pues bien, ese día casi pierdo la cabeza.
A las 5 de la mañana, habiendo cedido un poco el caminar de el hombre que guardaba carne en el congelador, tumbada agotada en la cama de la niña del exorcista con la navaja regalo de mi madre debajo de la almohada, inhalando el polvillo blanco de las paredes de cal y el polvo de los dos colchones de gomaespuma, observando los montones de clavos metidos en tarros de mermelada que me rodeaban, sin ordenador, sin música y escuchando ese maltrato psicológico que me estaba haciendo el gallo desde hacía horas...
decidí levantarme.
Me acerqué a la puerta, aparté la maleta, abrí la puerta con la llave forjada de cerradura de pueblo y miré en medio de la noche hacia el jardín seco y gris que había en frente.
Era vegetariana desde hacía 6 años, con un amor a los animales y bichos que pocos pueden entender.
Pero esa noche, no aguantaba más; llevaba la navaja en la mano y estaba completamente dispuesta a degollar
AL PUTO GALLO.
El cerebro humano es muy débil.
Esta foto no es la original del jardín, la del post anterior sí lo es. |
Puedo decir que caemos en vicios y en oscuridades por cosas tan sencillas como un chillido cada poco tiempo, pero también por lo que olemos, lo que pisamos, lo que percibimos, y la soledad que sentimos. Nunca es solo una cosa el detonante.
Ese día me dije a mí misma:
-Vas a tomar una de las decisiones más importantes de tu vida, Main. Si haces esto, no habrá vuelta atrás. Si sales ahí y degollas ese gallo, algo de tu bondad te llevarás con ello.
Respiré alto y profundo. Cerré la puerta conmigo detrás y esperé a que amaneciera.
Cuando despertó este hombre y me preguntó que tal había dormido yo dije que mal (entre sonrisitas asesinas) diciendo que me daban alergia las paredes, no paraba de toser y encima había un gallo de algún vecino que no había callado en toda la noche.
Él solo me dijo: Ah sí, los animales son míos. Me gusta mucho escuchar la naturaleza por la noche.
-y aquí decidí que me largaba.
Agarré mis cosas, le dejé 10 euros por la estancia (era pobre) encima de la mesa y me largué.
Todo son hechos reales, por Main Stanich.
P.D. y final:
¿Que me largaba? ¿A dónde? Llamé a mi madre desde una cabina.
-¿Seguro que no puedes quedarte unos días más mientras encuentras casa?.
-No, prefiero dormir en la calle.
-Pues nada hija, duerme en la calle.
Esa noche dormí en el banco del patio trasero de una iglesia, junto a otro indigente que me daba bastante menos miedo que el capitán pescanova.
Al día siguiente, mi padre se enteró por mi madre de esto (yo no quería) y me mandó a un hotel lleno de chinos desde el que le conté toda esta historia a mi hermano.
Tres años después, volviendo de fiesta a las 6 de la mañana, volví a ver a este hombre en el autobús, vestido con chubasquero negro y la capucha puesta.
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