El hombre neoyorquino.

La primera vez que pisé Nueva York, tras 14 horas entre vuelos y transbordos, y varios parones en el aeropuerto,
fue vestida con un jersey XXL de lana gorda, unas botas de obra con punta de acero y un moño despeinado con el que nadie se habría fijado en mí.

El día que volví de Nueva York, vestía unos tacones preciosos de serpiente roja.

No voy a ser lineal contando esta historia porque creo que cada aventura se puede entender por separado y finalmente entender entre ellas cómo funciona esta ciudad.

La primera vez que saqué la cabeza de la 'Gran Central Terminal' y después de subir los mil escalones de la estación con la maleta gigante, yo ya sabía que el sueño americano era una tontería, que las películas cuentan muchas chorradas y que nunca nada es como imaginamos.

Aunque yo no me imaginaba nada, desde luego.

Tras tres miradas a mi lado y un par de intentos de que alguien me dijera dónde estaba la parada del metro, un hombre de 1.90, rubio, atractivo y vestido en traje con abrigo de paño hasta las rodillas, decidió ayudarme.

Puedo agradecer siempre a los hermanos que se preocupan porque sus hermanas anden hablando con desconocidos, pero puedo decir que sin riesgo, no hay historia.

El hombre más parecido al protagonista de una serie americana o a la portada del 'Times' decidió explicarme vehemente dónde se encontraba la entrada del metro. Cogió mis maletas bajando los escalones demostrando su fuerza, y me explicó con mucha humildad el camino que tenía que seguir para llegar a mi destino. No siendo ya poco, sacó un billete para mí de la máquina del metro y me pagó (ésta sería la primera de muchas veces que alguno lo hiciera) el billete de metro. Tras esto, y por el hecho de estar de noche en una ciudad donde no me esperaba nadie, le pedí su número por si acaso me quedaba tirada en la calle. Y accedió.

¡Zas! Has llegado a Nueva York.


Cita 1.
En cuanto llegué a 'la base' recibí un mensaje en mi móvil español preguntándome por la llegada y por saber si estaba bajo un techo.

Varios días después volvimos a hablar por whatsapp y decidimos tomar algo.
La cita fue increíble, quedamos en la 'New York Public Library' y me recibió con mucho cariño. Hablamos, era noruego aunque llevaba muchos años viviendo allí, 32 años. Paseábamos por Bryant Park mientras me contaba (con mis precarias dificultades con el idioma) toda su vida. Su lugar de trabajo, la increíble e impresionante torre de cristal de la esquina que podéis ver desde Bryant Park. Y ahí estaba yo, intentando que me llevara a su trabajo.

Cita 2.
Esta fue la primera vez que me di cuenta que los hombres neoyorquinos tienden a desaparecer.
Tardó dos semanas en escribirme y para cuando lo hizo, quería verme ya. Puso de excusa haber viajado por trabajo a San Francisco (parece ser un lugar sin internet) y yo pensé que era tan 'cool' que posiblemente tendría que asumir la excusa y quedar con él de nuevo.
Y ahí estaba otra vez, en una cita maravillosa. Vimos tiendas y yo me sorprendí por la gran publicidad de Victoria Secret en pantalla gigante en una de ellas. Esto le hizo gracia.

Caminábamos por '5th ave.' cuando me invitó a subir a su casa. Yo dije que no. El aceptó rápidamente.

Yo miraba arrepentida el edificio en el que decía vivir. Estaba completamente deseosa de ver su casa, pero sabía que eso solo me traería problemas, así que como buena arquitecta aguanté, pero quise ver fotos.

Y para cuando me las enseñó, ahí estaba.

-¿Eso no será el Empire State?

Efectivamente, las vistas desde el piso 45 del edificio en el que vivía, justo enfrente del Empire State. Una pena que no conserve las fotos que luego le pedí que me enviara.

Cita 3.

La verdad es que todas las citas habían sido cortas y espaciadas. No entendía bien aún los tiempos de los hombres en NY, ya que parece que están siempre muy ocupados y tú no debes estarlo nunca para ellos.

Un poco más resentida volví a quedar (por última vez).

Venía contento por la calle, habíamos quedado en una cafetería y ya no me acordaba apenas de su cara. Lo recordaba más guapo. Por primera vez, nos besamos (teoría propia del tres) y acompañado de un mal sentimiento, me tocó el culo.

Curiosamente nos sentamos y pensé que no sabía ni cómo se apellidaba...y entonces pasó.

Sacó para mí una bolsa de VICTORIA SECRET. Un regalo.

Tercera cita, y un hombre desconocido, que me había pagado el metro, me había invitado a su casa el segundo día, que me había besado el tercero...me estaba regalando ¿ROPA INTERIOR DE MUJER?

Estoy completamente de acuerdo con todas, en que más raro hubiera sido que hubiera sido de hombre pero, era completamente inapropiado. Depravado. Vicioso. Pervertido.

Así que con toda la sutileza del mundo, agarré  con fuerza mi primera bolsa de Victoria Secret, mi primera ropa interior de la marca, y me fui a mi querida 'base',

para no volver a llamarlo jamás.

Hombres que regaláis ropa interior en la tercera cita: ¿en qué estáis pensando? 

Todo hechos reales. Por Main Stanich.


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares