SAW Canarión.

Puede que esta historia no pertenezca a mi etapa en NY pero creo que muchos la conocen y merece ser contada, y sobre todo, que no hay nada que me impulsara más para irme a NY como el haberme ido tantas veces antes, haberme mudado tantas veces antes, haber dicho adiós tantas veces antes y sobre todo, haber tirado toda mi ropa antes de hacer una maleta nueva.

La primera vez que dejé mi casa, tenía 18 años recién cumplidos. Canarias era lo más barato que mi bolsillo iba a poder permitirse en mucho tiempo y seguía siendo pobre como las ratas.

No era la primera vez que cogía un avión, nunca lo había hecho con mis padres y esta no iba a ser esa ocasión. No me acompañaba nadie.

El pueblo en el que estudiaba, estaba en Tafira baja, algo alejado de la metrópoli, y mi madre me había hecho la maravillosa gestión desde el trabajo (no existía idealista) de buscarme un piso en alquiler; cogiendo sin duda uno de esos que nadie cogería, uno sin foto.

El jardín de la casa rural. 

El primer día que llegué a Las Palmas de Gran Canaria yo portaba un maletón enorme y subía la cuesta gigante desde donde me dejaba el autobús (por supuesto íbamos sin GPS) hasta la casa que mi madre había elegido:

Vivienda rural para estudiantes con baño compartido, salón, habitación propia con llave, lavandería y jardín con barbacoa.

Una semana antes de esto, el dueño de la casa me había dicho que mi cuarto estaba repintándolo, al día siguiente me dijo rehaciéndolo...al día siguiente iba a dormir en lo alto de un pajar. Palabras textuales.

Cuando llegué allí, me abrió un señor de unos 60 años, con cara de viejo y nada simpático. lo único que pensé es que esperaba que fuera a haber más gente. La casa rural, bueno rural no era, era vieja. Era muy vieja.

Me enseñó mi 'cuarto'. Era un altillo en lo alto de una parte que parecía como un pequeño retablo. Una escalera de obra estaba apoyada en el altillo y ese era mi cuarto. Como estaba en 'reforma' yo le pregunté si podía dejarme dormir en otra habitación hasta que estuviera hecha y ante mi cara de asombro accedió.
El cuarto de la niña del exorcista. 
Me enseñó varias habitaciones imperiales con diezmil cachivaches, muebles amontonados y sierras por el suelo. Los suelos del pasillo estaban llenos de herramientas, tenían black and decker por todas partes y estaban sin limpiar desde hace mucho tiempo, llenos de polvo. Nunca en mi vida he tenido miedo, pero esta vez, hubiera sido bueno haberlo tenido.

Al final conseguimos llegar a un cuarto que parecía más libre, estaba como en la calle, su puerta daba al jardín y el suelo era el mismo terrazo del exterior de la vivienda. Aquí había una cama como la de la niña del exorcista con dos colchones llenos de polvo. Un armario de madera y un mueble con tarros de mermeladas y clavos y tornillos dentro. Decidí que si tenía que dormir ahí, ése era el cuarto más alejado y seguro.

Pasamos por un pasillo donde estaba el 'baño'. Parece ser que inquilinos anteriores se habían quejado de que no tenían bañera, así que el tío había montado una bañera en medio del pasillo. Sin puerta ni nada, solo una cortina, un espejo que parecía cogido de la calle donde apenas podías mirarte y ...y ya está. Ni tabique ni nada. Un inodoro en un cuartito aparte donde la cisterna era un cubo de agua y un lavabo tamaño avión.
Los botes de mermelada con clavos, en mi cuarto sin ventanas. 

Salimos al jardín para ver la barbacoa. Éste era un jardín gris y podrido. La barbacoa como no, eran cuatro ladrillos colocados de dos a dos en los laterales soportando una rejilla metálica.
La lavandería resultó ser una pila dentro de ese cuarto. 

El comedor consistía en una mesa llena de herramientas y cartones, sierras y punzones. Los sofás eran piezas cortadas a la mitad y llenas de polvo. De hecho intentó que me sentara y tuvo que limpiar el asiento. Nunca había visto sofás cortados a la mitad para decorar, pero ya todo me parecía último diseño.

Cuando pasamos a la cocina fue cuando ya había decidido mentalmente que ahí no me quedaba.
Estaba toda entera llena de bolsas de plástico, cerradas y acumuladas en las esquinas. Había 1 plato, 1 tenedo y 1 taza como menaje para toda la casa. En cambio había 2 congeladores. El primero estaba completamente vacío. 'Aquí podéis guardar vosotros vuestra comida'. El segundo era el suyo: completamente lleno de bolsas de carne cortada en trozos y empaquetadas hasta llenarlo.

Aquí es cuando pensé cuántos inquilinos tenía cortados en trocitos ahí ahora mismo.

-¿Dónde están los demás compañeros de piso?-pregunté inocente de mí.

-No se va a quedar nadie más, he tenido muchos drogadictos aquí metidos y fumando porros y he decidido que no quería coger a nadie más.
Estás solo tú.

Todo esto son hechos reales. Por Main Stanich.

Pd: Precio de la habitación: 250 euros.

Continúa con: 'El capitán pescanova'.









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